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OLORES VIRTUALES

EL PERFUME DE MI CIUDAD (relato)

Aquí va uno de los pequeños relatos que iré colgando poco a poco. Espero que os guste.

Era tan pestilente el olor que despedía la ciudad por todos sus rincones que siempre que salía a la calle me invadían unas enormes ganas de vomitar. Sólo yo parecía darme cuenta de este insoportable hedor que despedía absolutamente todo a mi alrededor. Para mi familia yo era la rara. Mi madre, Leonor, era la reina de Navarra y a pesar de serlo olía como las cabras viejas. Mi padre, el rey Carlos III, apestaba como un animal carnicero. Ninguno de los dos comprendía mi afición por el agua y los ungüentos olorosos.

Pocas veces salía a pasear por la ciudad de Pamplona. Me resultaba insoportable el olor a estiércol de sus calles. De las casas humildes emanaba un apestoso hedor a madera podrida y a excrementos de rata que me resultaba insoportable. Sus cocinas olían a col podrida y grasa de carnero. Los dormitorios, incluso los de mi palacio, olían a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales.

Las chimeneas apestaban a azufre; las curtidurías, a lejías cáusticas; los mataderos, a sangre coagulada.

En ocasiones me invitaban a asistir a las fiestas que la nobleza organizaba en sus palacios pero no soportaba el olor a orina de sus patios.

Los sirvientes y doncellas de mi palacio, al igual que los demás hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos. El campesino apestaba como el clérigo; el artesano, como la esposa del burgomaestre; apestaba la nobleza entera e incluso los reyes.

Aquel día, había acudido a la catedral a rezar mis oraciones. Hacía dos mes que se había celebrado la solemne ceremonia de la unción y coronación de mi padre el rey. Me había colocado en un banco de la parte trasera junto con mis dos damas de compañía, cuando de pronto parte del templo se derrumbó. Sólo quedaron en pie la cabecera y la fachada. Nos vimos rodeadas de escombros y cuando una columna se desplomaba sobre nuestras cabezas...

-¡Socorro, ayúdennos por favor!- me oí decir asombrada.

Miré a mi alrededor y reconocí mi habitación. Me había quedado dormida con dos de mis libros favoritos en las manos. La Catedral de Pamplona que yacía ahora sobre la alfombra y El Perfume, que aparecía abierto por sus primeras páginas magistrales.

Afortunadamente todo había sido un sueño. Disfruté como nunca de una refrescante ducha, me enjaboné concienzudamente, me perfumé con mi colonia preferida y salí a la calle respirando el aroma que despedían las recién plantadas violetas de la plaza contigua. Era una suerte haber nacido en estos tiempos.

2 comentarios

Lerea -

La verdad es q a mi tambien me impresionó bastante el libro de El Perfume,leer tu relato me hizo recordarlo,lo volvere a leer.

Anónimo -

Felicitaciones por tu relato, la verdad es que me ha encantado. Muy imaginativo. Enhorabuena y sigue escribiendo!